lunes, 29 de agosto de 2011

MEMORIAS DE UN VIGILANTE (Fray Mocho)

MEMORIA DE UN VIGILANTE fue escrito por José Sixto Álvarez (n.Gualeguaychu- † Buenos Aires 1903) en el año 1897 bajo el seudónimo de Fabio Carrizo y popularizado bajo el de FRAY MOCHO. Este escritor y periodista argentino fue autor de de varios relatos costumbristas y de época con una impronta humorística.
Escribió en varios periódicos como El Nacional, La Pampa, La Patria Argentina, La Razón; en revistas: Fray Gerundio (de corta vida), El Ateneo, La Colmena Artística, pero su participación más significativa la tiene como fundador de la revista Caras y Caretas
Escribió sobre la vida en Buenos Aires de fines del 1800 y entre sus títulos se destacan: Esmeraldas, Cuentos Mundanos, La vida de los ladrones célebres de Buenos Aires y sus maneras de robar, Memorias de un Vigilante
MEMORIAS DE UN VIGILANTE es un título en donde narra brevemente su llegada a la ciudad de Buenos Aires , el choque cultural que tiene con la gran urbe y su carrera como policía de la Capital. En sus relatos describe tipos y características de los modos de robar. Memorias de un vigilante se presenta adicionalmente como un catálogo.
En 1886 fue designado comisario de pesquisas de la Policía de la Capital, inspirándose en su experiencia para armar estos relatos sin parangón. Algo importante para destacar es el desarrollo su tarea ya pedido del jefe de policía, Álvarez recopiló una serie de retratos” de ladrones que habían sido detenidos entre 1880 y 1887 distribuyéndose en dos tomos y por todas las comisarías de Buenos Aires la denominada Galería de ladrones de la capital (1880-1887), conformados por una serie de fotografías acompañadas por los datos correspondientes a cada una de las personas consideradas delincuentes, referencia a los delitos cometidos o sospecha de delitos, pasaje de los individuos por las instituciones por otras causas no penales, posibles juicios, fechas y otras señas particulares, convirtiéndose de alguna manera en el precursor del llamado MODUS OPERANDI.-
Para aprovechar una lectura diferente y sin desperdicio, seguidamente algunos textos de su autoría, los cuales están ligados a la función policial de antes y que encajan en cualquier calle de nuestra ciudad.


ELLAS
El complemento del pillo es la mujer.
¡Cómo saben educarla para el fin que la necesitan, con qué egoísmo judaico explotan los tesoros de su cariño inagotable, cómo la sugestionan y la envilecen, haciéndole perder, o ya el miedo para acompañarlos en sus empresas tortuosas sino la noción elemental del bien y del mal, llegando ellas, en su obsesión por el hombre que las martiriza y las deprime, hasta a creerlo un dechado de virtudes, un ejemplo de honorabilidad, una víctima desgraciada de las injusticias sociales!
¡Cuántos poemas de ternura y de amor tienen por teatro diariamente los calabozos!
¡He visto madres que no sólo abandonan las comodidades que un hijo honorable puede proporcionarles, sino que hasta cubren de vergüenza su nombre por disimular las bajezas de uno de estos canallas que ha rodado al abismo y que les paga sus sacrificios imponiéndoles cada día otros mayores!
He visto mujeres hambrientas, casi desnudas, vender, no ya su cuerpo si algo valiera, sino lo más indispensable para su subsistencia, a fin de llevar cigarrillos o bebidas a sus maridos que, cuando están fuera de la cárcel, dilapidan con otras de mala vida el dinero que pueden atrapar, y a ellas les compensan su abnegación con caricias que dejan sobre sus cuerpos indelebles cicatrices que no se borran jamás.
¡Son las madres, son las mujeres, son esas pobres mártires que arrastran su cruz a través del mundo—las minas, como ellos les llaman—las que les sirven de escudo contra los golpes de la suerte!
Pueden abandonarlos sus amigos, sus cómplices, los empresarios, por cuenta de quienes emprendieron un trabajo, pero ellas no les faltarán y, sacando fuerza de flaqueza, removerán con sus débiles brazos el mundo entero a fin de hacerles más llevadera su desgracia.
Ellas, las mártires de los días de luz, serán el rayo de sol de los días de sombra.
¡Luego, tras de la fila de mártires, de las que son escudo simplemente, viene la interminable de las que no son sólo escudo, sino también garra. Son éstas las que forman la temible falange de espías, de correos, de negociadoras de los robos, de ocultadoras y, luego, en los días negros, las que servirán de agentes para corromper a la justicia, usando el dinero, si el hombre que necesitan es afecto a él; halagando su lujuria, su gula o cualquiera de los pecados capitales que prime en su espíritu; amenazando su tranquilidad si es un timorato, o insinuándose pérfidamente en su corazón, si es un alma fuerte y vigorosa!
¡Ellas podrán no saber leer ni escribir, podrán ignorar las sutilezas del espíritu y aun hasta la existencia de la palabra psicología, pero nadie las sobrepasará en el arte difícil de conocer una flaqueza humana y de saber aprovechar y explotar su conocimiento!


ELLOS
Entre reos lunfardos hay cinco grandes familias: los punguistas, o limpiabolsillos; los escruchantes, o abridores de puertas; los que dan la caramayolí[79] o la biaba[80], o sea los asaltantes; los que cuentan el cuento, o hacen el scruscho, vulgarmente llamados estafadores, y, finalmente, los que reúnen en su honorable persona las habilidades de cada especie: estos estuches son conocidos por de las cuatro armas.
Más vale toparse con el diablo que con uno de estos príncipes de la uña, de los cuales Buenos Aires cuenta más de un ejemplar.
Ellos son, generalmente, los que educan y forman los muchachos, esmerándose en aquellos que revelan mejores facultades: son los que dirigen los golpes de importancia; los que dan el cebo, o sea el dinero necesario para realizar el robo, que hasta para eso se precisa plata, dada la situación a que ha llegado el mundo; en fin, son los grandes dignatarios de su orden.
Cada especie tiene su fisonomía especial, sus costumbres propias y su manera de ejecutar un trabajo, por más que todas tengan siempre un punto de contacto, menos el punguista, que es siempre el empresario de sí mismo.


EL CAMPANA
El punto de contacto es el campana, es decir, el que busca la casa o el hombre fácil de robar, el que estudia el medio de efectuarlo, el que está en relaciones con los que cambian lo robado por dinero: la providencia en forma de hombre.
Bien considerado, estos campanas son los verdaderos ladrones; los que efectúan el robo son solamente sus instrumentos.
Jamás se comprometen en nada, y es difícil que la policía los descubra. Adoptan todo el aire de gentes honradas, trabajan, tienen oficio, profesión o industria conocida: son sirvientes, mozos de hotel, changadores, comerciantes, rentistas y hasta pueden inspirar confianza y ser honorables, mientras no haya posibilidad de tirar la piedra y esconder la mano.
¡Cuántas veces están protestando honradez y tienen entre los dedos el pedazo de masilla o cera con que al menor descuido, moldearán una llave!
¡Cuántas veces están jurando adhesión a sus patrones y ya tienen oculto dentro de un mueble al amigo que va a dar el golpe! ¡Y luego son los más empeñosos en llamar a la policía y darle cuenta del hecho, suministran datos y noticias, sospechan que al ladrón lo han visto rondando la casa y que es de este porte y del otro!
¡Cuántos de ellos han acompañado en sus investigaciones a un comisario y lo han extraviado con sus mentiras, y cuántos también han sido imprudentes y han ido a pagarlo en la Penitenciaría!
¡El campana presta servicios a los ladrones, pero que digan éstos lo que les cuesta: siempre se lleva él lo mejor del toco, o sea del monto de lo atrapado!
¡Sus comisiones son algo de fabuloso!
Sin embargo, el negocio tiene sus contras. Veces hay que ha hecho efectuar un robo valioso, y cuando va a retirar su parte se encuentra con una puñalada o con que, sencillamente, le dicen que no sea zonzo, y se le alzan con el santo y la limosna, acción que se llama dar el rostro.
Al campana robado le queda aún como arma la delación y la usa como venganza; si los ladrones son tomados, éstos no dejan de envolverlo en sus declaraciones, y se hunde con ellos, y si no lo son, se ve libre y queda aguardando una oportunidad de hacerles caer en las garras del gallo policial: este es el origen verdadero de más de una pesquisa curiosa que ha servido para bombo a algún inútil.
¡Venganzas de campana, o como quien dice, puñaladas por la espalda!
Y los ladrones saben lo que vale un buen campana. Una vez me dijo uno, habiéndole yo preguntado que "a qué se dedicaba por ahora".
—¡Vea, señor, tengo un campana que ni de oro..., y trabajo de católico!
—¿De católico?
—Sí, señor...; es decir, ando con el asunto de las limosnas para el hospital..., ¡y al que me cree lo ensarto!


EL ARTE ES SUBLIME
El punguista—como en lenguaje de ladrones se llaman los pick-pockets, o sea, hablando en español, los limpiadores de bolsillos—es el más artista de todos los ladrones, y mira con cierto desdén a sus congéneres, a los cuales desprecia soberanamente..., tanto como puede despreciarlos un hombre honrado.
Para él, robar un reloj, una cartera, un rollo de dinero o cualquier otra cosa de valor que una persona pueda llevar sobre sí, no es un delito, sino un trabajo de arte, una hazaña.
Es por eso que se le ve tan tranquilo, tan seguro de sí mismo, meterle a cualquiera la mano en el bolsillo y sustraerle lo que guarda: su único dolor es ser sentido por su víctima, o tomado infraganti por la policía a causa de su poca habilidad.
Esto lo desespera, pues le desbarranca su fama, ataca su crédito.
La gloria de un punguista es serlo y que nadie pueda probárselo: su orgullo es poder decir en la policía:
—¡Busque, señor, en los libros!... ¡Yo no tengo ninguna condena! ¡Gracias a Dios, no soy ladrón!
Y luego, su frase la repite con aire modesto a cuanto individuo investido de autoridad encuentra a mano, pegándole a modo de coeficiente: "así le dije el otro día al señor don Fulano".
Tiene por teatro la calle y los parajes donde ocasional o habitualmente hay aglomeración de gente.
Con frecuencia se le oye decir: yo trabajo en el Banco tal, en la estación cual, en el papel sellado, en el correo, en el tramway, en el cementerio, en la plaza, en el remate, dondequiera que haya codazos y apretones.
Para el trabajo jamás va solo: lleva dos o tres ayudantes, según la necesidad.
Estos ayudantes, que son, por lo general, practicantes-asociados, tienen por misión formar la cadena, es decir, estacionarse detrás del artista, de tal modo que, efectuado el hurto, lo hurtado se encuentra a salvo con la rapidez del rayo, pasando de mano en mano.
Si el golpe es desgraciado y el practicante no puede huir, deja caer lo hurtado, lo echa en el bolsillo de cualquiera de los presentes, en fin, se deshace como puede del cuerpo del delito, y trata de evitarse una condena o ahorrarle un mal rato a su asociado.
Un comandante del ejército—cuento al caso—se hallaba una noche en su casa, y al ir a sacar su pañuelo, rueda sobre la alfombra un magnífico reloj de oro, con un monograma en la tapa. Lo recoge y se echa a cavilar sobre cómo había venido a su poder.
—¡Y no daba en bola!
Al día siguiente lee en un diario una noticia que decía:
RELOJ ROBADO.—Hallábase ayer en el remate de Constela el señor X. X., y de repente notó que le sacaban su reloj, y que la mano que lo llevaba pertenecía al vecino que tenía a la derecha. Lo hizo conducir a la comisaría 2ª y resultó ser, el tal vecino, nada menos que Ángel Artirel (a) Minga-Minga. El reloj no ha sido encontrado.
El comandante se dio un golpe en la frente, recordando que se había hallado en lo de Constela durante el incidente; pero no atinaba a dar en cómo el reloj había llegado a su bolsillo.
A que le esclareciesen el punto y a devolver la prenda fue a la comisaría 2ª.
El comisario oyó toda la relación y luego le preguntó si recordaba qué vecinos había tenido durante su estada en la casa de remates.
—¡No me fijé, señor!
—¡Pues bien, uno de ellos era cómplice del ladrón, y temiendo ser descubierto ocultó en usted lo que podía comprometerlo!
El comandante ha jurado, desde entonces, usar sacos sin bolsillos.
Otro cuento, ya que en tal terreno he pisado.
Uno de estos practicantes fue sorprendido una vez con un reloj en la mano, en momentos que iba a pasarlo, y no bien vio que lo habían sorprendido, se echó a gritar:
—¿De quién es este reloj? ¿De quién es este reloj? No le valió la artimaña, y fue preso. El juez tuvo que absolverlo, pues se encerró en esta declaración:
—Yo encontré el reloj, señor, y lo levanté; no ha habido más. Tengo malos antecedentes, es cierto, pero eso no hace al caso..., ¡el decir adiós no es dirse![81]
¡Estos practicantes llegan a ser unos doctores que dan miedo, y no pasa mucho tiempo sin que den vuelta y raya a su maestro!
El punguista, cuando camina, jamás lo hace llevando al lado a sus compañeros.
Éstos marchan escalonados a retaguardia, a fin de poder, al menor asomo de un empleado de policía que los descubra, hacerse entre sí los perfectamente desconocidos.
Si suben a un tramway tratan de rodear a la persona que han elegido por víctima, y allí son los empujones por el menor motivo, los codazos, los pisotones, con el objeto de distraer al desgraciado candidato y facilitar la obra del artista.
Éste está en acecho, espiando todas las oportunidades, y a la primera que se presenta, ¡zas!, se apodera del objeto deseado, que desaparece como por arte de magia.
Para dar el golpe, el punguista tiene siempre sus dedos índice y medio prontos para la acción, y los introduce en el bolsillo ajeno con una suavidad incomparable.
Cuando es necesario interceptar la vista de alguien, ahí se encuentra el practicante, que hará de nube, o si no el brazo que no va a operar y que se baja o se levanta a la altura necesaria.
Hay punguistas que son muy hábiles en esta maniobra, que se llama esparo, y que es reputada como uno de los escollos del arte.
Cuando dos o tres habilidosos se reúnen y se complementan, las joyas van a ellos como el acero atraído por el imán.
Jamás se reúne con los que no son de su arte, a no ser cuando entra por el aro del diablo, con tal de hacer plata.
De lo contrario evita compañías, y dice:
—¡Los amigos cantan (descubren) y no sirven sino para hacerlo embrocar (conocer) a uno!
Cuando ya son muy conocidos en sus mañas, y no pueden trabajar, se dedican a schacar escabios, es decir, a robar a borrachos.
Este es el atorrantismo, la vejez miserable del arte: son los arrestos frecuentes, los días sin comida, las condenas por cincuenta centavos.
Sin embargo, un punguista podrá robar, jugar y poseer todos los vicios, pero nunca se embriagará ni llevará vida de perro.
Mira el mundo a través de los placeres que no embrutecen, y vive lo mejor que puede.
Un día dije a uno de ellos que hablaba conmigo, en el café de Cassoulet, esquina Viamonte y Suipacha, un centro de pillos:
—¿Y tú no bebes?... ¡Pide un gin!
—¡Yo!... ¡Qué esperanza!... ¡El alcohol afloja la lengua y entorpece la mano!

PARA LA PROXIMA OTROS MAS...........

lunes, 22 de agosto de 2011

ANTONIO LOPE DE LA GARZA: "El primer ladrón"

Si bien existen muchas posiciones sobre quien ha descubierto el Río de la Plata, la versión más difundida es que lo descubre Juan Díaz de Solís, quien llega a su desembocadura el 2 de febrero de 1.516, día de Nuestra Señora de la Candelaría, por ende se constituye en el primer acto de presencia de la civilización en nuestras tierras, con las implicancias que ello conlleva.
También tengamos en cuenta que su presencia en las actuales tierras bonaerenses se conjuga con el enterramiento de su despensero “Martín García” en la isla que hoy lleva su nombre.
No solamente exploró al “Mar Dulce” como lo bautizara debido a la extensa superficie del río sino que tuvo que tomar intervención en cuestiones vinculadas a lo que parece fue la comisión del primer delito el cual fuera cometido por el marinero español ANTONIO LOPE DE LA GARZA.
Luego de desembarcar en una de sus orillas acompañado por un puñado de navegantes, Solis, recibió una queja de otro tripulante de apellido CALDERÓN en donde manifestaba que durante la noche, al momento de pasar la primera noche en suelo rioplatense “le fueron birlados de su faltriquera, que ocultara durante la noche bajo una adarga que traía, quince reales de oro que había ahorrado con grandes privaciones y esfuerzos. Sospechábale del hurto a un gaditano llamado Antonio Lope de la Garza, que durmiera a su derecha muy cerca de la adarga; agregando que era fama que el tal gaditano se apoderara de bienes impropios, pues su codicia y pocos escrúpulos era muy grande y conocida. Reconocidos por el Capitán todos los hechos, resultó que el acusado confesó haberse apropiado de los quince reales, justificando tal proceder por una deuda de juego que Calderón negábase a saldarle. Visto lo que antecede el señor Don Juan Díaz de Solís, a título de Piloto Mayor del Reino y Jede de la Expedición ordenó que por la mañana se castigase al susodicho de la Garza mediante la aplicación de diez garrotazos, aplicados con la fuerza y sin conmiseración para que sirva de ejemplo y como muestra de disciplina” (Colección de documentos relativos a la Conquista del Río de la Plata, Francisco Javier Bravo, Madrid, 1872).
Llegó la mañana siguiente y como coincidentemente pasa en el ahora, la pena no fue ejecutada. Dos horas después de la salida del sol los expedicionarios fueron sorprendidos por un grupo de indígenas que habitaban la zona dando muerte a Solís y a varios de los expedicionarios. El detalle del hecho: los fallecidos formaron parte del almuerzo de los atacantes a la vista del resto de los descubridores.
Fuente: La historia Popular, La delincuencia, Carlos Cúneo-Abel González, Centro Editor de América latina S.A., 1971.

viernes, 19 de agosto de 2011

CASO FRANCISCA ROJAS.

Primera aplicación de la Dactiloscopía
en la Argentina y en el mundo"

Informe y carta privada del instructor del crimen


La causa criminal de Francisca Rojas, de la cual esta Revista publica el informe del Inspector de Policía que hizo la investigación, carece de interés en cuanto al hecho en sí, y no tendría cabida en estas páginas si no fuera porque fue el primer delito en que se aplicaron las teorías de Vucetich, con el éxito de que se instruye en la carta que sigue al informe.
En 1892 las impresiones digitales eran una tímida iniciación revolucionaria, cuyos procedimientos enteramente desconocidos entonces sorprendían y concitaban -como en las cosas nuevas- en los menos la admiración, en los más la desconfianza y hasta sentimientos hostiles.
La carta privada que el instructor del crimen dirigiera al inventor del más tarde universal sistema de identificación, es la expresión clara y espontánea del pesimismo con que se acogiera los nuevos procedimientos identificativos, y al propio tiempo la confesión sincera de un espíritu que se convierte a la verdad por la evidencia de los resultados.
El informe no ha sido publicado nunca (por lo menos ignoramos que lo haya sido alguna vez); no así la carta, que lo fue en la "Conferencia sobre el Sistema Dactiloscópico", por Vucetich, 1901. Ambos originales se conservan, el primero en el Museo Vucetich, el segundo entre los papeles de la familia del inventor.
La ficha dactiloscópica de Francisca Rojas pertenece al archivo de aquella institución. Fue sacada varios años después de la condena, como consta en el reverso de la ficha.

Parte del Inspector del crimen, La Plata, Julio 12 de 1892.

Al Señor Jefe de Policía D. Guillermo J. Nunes:

Ampliando los datos que tuve ocasión de suministrar a V. S. en la conferencia que por telégrafo tuvimos desde Necochea, a propósito del crimen perpetrado en el cuartel tercero de ese partido en la persona de los menores Ponciano y Felisa Caraballo, de seis y cuatro años respectivamente, hecho que llegó a conocimiento de esta Jefatura como cometido por Ramón Velázquez, vecino de la casa donde se produjo aquél, a quien se acusaba no sólo de ser el autor de la muerte de dichos menores, sino también de haber intentado hacer lo mismo con la madre de ellos, doña Francisca Rojas de Caraballo, llevo a conocimiento de V. S. el resultado de las averiguaciones que he practicado y que vienen a evidenciar los hechos tal cual como han sucedido.
Mi intervención en este asunto, motivada por el segundo telegrama del Señor Comisario de Necochea, que juntamente con aquel en que daba cuenta del hecho, se adjunta, tenía por objeto aclarar los puntos que aparecían dudosos por lo contradictorio de dichos telegramas, así es que sin intervenir directamente en la instrucción del sumario, sino que indagando lo sucedido y oyendo al acusado y demás personas que por cualquier causa hubiesen tenido que ver con el hecho, limité mi procedimiento una vez obtenida la constatación de los hechos, a ordenar la inmediata liberación del acusado Ramón Velázquez, que resultó completamente inocente y por consiguiente víctima de una acusación calumniosa hija sólo del deseo de hacerle daño, manifiesta por la misma. declaración de la mujer Francisca Rojas de Caraballo, convicta y confesa hoy de ser la única autora del hecho, por el cual acusaba y fue preso aquél.
En consecuencia paso a relatar a V. S. los hechos, como resultan haberse desarrollado y todas las circunstancias conducentes a tener como verídica la última declaración de la mujer de Caraballo, única autora, como digo, del doble asesinato.
El crimen llevado a cabo en la tarde del día 29 del pasado, tuvo por teatro la misma casa habitación de la familia Caraballo, en la cual a esa hora sólo se encontraba la esposa de éste, Francisca Rojas y sus dos hijos. Fue cometido en el interior de la pieza cuya puerta y ventana fue cerrada por dentro, aquélla trancándola con una pala, y ésta con pasadores, siendo encontradas las víctimas degolladas sobre la cama de la madre y ésta al parecer moribunda, presentando una no muy profunda herida en el cuello, por la cual se veía había perdido muchísima sangre. Su aparente estado de postración fue causa de que no se la examinara con mayor detención y después de prestarle algunos auxilios, evitando siempre que hiciera movimiento alguno, se obtuvo su primera declaración, acusando a su compadre Ramón Velázquez, cuya casa queda a cuatro cuadras más o menos de la suya, de que era quien había muerto degollando a sus dos hijos y que había intentado hacer lo mismo con ella, después de haberla malamente maltratado con una pala. La mencionada Francisca daba como única causa para el hecho, el haberse negado ella a entregarle sus hijos que Velázquez, por encargo de su marido Ponciano Caraballo, venía a quitarle. Con esta declaración se procedió sin pérdida de tiempo a la aprehensión de Velázquez, que se hallaba trabajando en el establecimiento del señor Molina, sito en este mismo cuartel.
Aún cuando aquél negara desde un principio otro conocimiento de lo ocurrido que el que tuvo, cuando a pedido de Caraballo, fue acompañándolo hasta su rancho, cuya puerta tuvo aquél que echar abajo para poder entrar, viendo entonces a la mujer y sus hijos en el estado que ya se ha mencionado, fue tenido como único autor y sometido a diversos interrogatorios, manteniéndose siempre en la misma negativa, y sin que de ellos se obtuviera otros datos que saber que esa mañana Francisca había ido a su casa y tenido un altercado con su mujer, Llegando a irse a las manos, causa que dieron entonces como impulsora del hecho: pero poco después conducido Velázquez a presencia de los cadáveres de Ponciano y Felisa, continuó su negativa, e hizo reflexiones a su acusadora y reproches que al parecer la sacaron del verdadero o fingido Letargo en que se encontraba e incorporándose en la cama repitió su acusación, pero en una forma contradictoria a la que antes había dicho; empleando palabras ofensivas contra Velásquez, demostrando la cólera de que se hallaba poseída.
El médico que la había reconocido y que diagnosticó el caso perdido, manifestando que el estado de postración en que se hallaba era consecuencia de los golpes que había recibido por la espalda, con la pala; pudo recién examinarla detenidamente, adquiriendo el convencimiento de que tales golpes no existían y que lo que entonces había observado como un fenómeno (la normalidad del pulso, en Francisca, era la natural) pues nada tenía que pudiera alterarla, salvo la pequeña incisión que en el cuello presentaba y ésta en extremo desprovista de gravedad.
En perfecto estado normal fue conducida a Necochea la mujer mencionada y el acusado Velázquez continuando uno y otro sosteniendo sus primeras declaraciones y recién después de varios días se obtuvo la confesión de Francisca, de que su acusación carecía de fundamentos y que la única autora del hecho era ella, que ofuscada porque su marido la había echado de su lado y le iba a quitar sus hijos había resuelto matarlos, quitándose también ella la vida, pues prefería ver muertos a sus hijos y morir, antes que aquellos fueran a poder de otras personas.
Esta declaración que podía suponerse desprovista de verdad y arrancada a la detenida más que otra cosa, está perfectamente de acuerdo con lo que desde un principio resultaba a la simple vista y que a no dudarlo no se tuvo en cuenta, creyendo posible y verídico el hecho en la forma en que los denunciaba entonces la hoy convicta y confesa autora única del crimen, pues hay infinidad de detalles que no debieron pasar inapercibidos y que tenidos en cuenta hubieran evitado el error que se ha podido notar en el procedimiento observado.
Ante todo tenemos que la pieza donde se cometió el hecho pudo constatarse que se hallaba cerrada por dentro y que para sujetar o trancar la puerta, se había hecho uso de una pala de puntear la que había dejado señales en el piso y en la puerta a la altura en que descansaba el mango, como asimismo que dicha pala se hallaba hecha un arco, en la parte de fierro, lo que aún cuando se decía producido por los golpes aplicados con ella, no era posible aceptarlo como verosímil, pues cualquier golpe que la torciera, no digo así sino mucho menos, sería más que suficiente para producir una muerte instantánea. Luego el arma de que, decía Francisca se había servido Velázquez para consumar el hecho, era un cuchillo de propiedad de ella, y esta circunstancia debía haber llamado la atención, pues no es dable creer que a un hombre de campo llegue a faltarle su cuchillo en la cintura y en tal caso había que buscar el por qué hizo uso de otro y a ese respecto nada había que lo justificase. Sobre todo, el hecho producido en la forma que aparecía no resultaba imputable a un hombre que ya sea por cuestiones de familia o por las causas que daba Francisca, lo comete, pues en tal caso, sería en ella y no en sus hijos en quien se efectuaría la venganza y en el caso actual resultaba lo contrario, pues era ella quien menos había sufrido, puesto que la herida que presentaba no era suficiente para que se le dejara muerta. Un crimen tan salvaje debería tener una causa y esa causa no existía para Velázquez, cuyas relaciones con los esposos Caraballo, si no completamente cordiales en lo que respecta a Francisca, no eran hostiles.
He creído, Señor Jefe, que debía entrar en estas consideraciones para demostrar no sólo cómo aparecía realizado el hecho sino también las razones en que me fundo para juzgar verídica la última declaración de Francisca Rojas y conceptuarla por consiguiente única autora de un hecho sin precedentes en nuestros días, cometido a no dudarlo en un estado anormal de sus facultades, producido por sus propios malos procederes y ante la actitud de su marido que sabedor de que le había sido adúltera, con más su propia confesión, se proponía quitarle los hijos y dejarla en libertad de que hiciera lo que mejor le pareciese; pues es de advertir que el encono que Francisca tenía hacia la familia de Velázquez era motivado porque con o sin fundamento, sospechada que fueron ellos quienes habían puesto a su marido sobre aviso o héchole saber que mantenía relaciones con otro sujeto, como asimismo que eran quienes lo aconsejaban que la abandonase. Su propia declaración así lo establece y a ello atribuye el disgusto que con la mujer de Velázquez tuvo esa mañana antes del crimen en ausencia de Ramón Velázquez.
Todas las declaraciones que figuran en el sumario instruido por la policía de Necochea, y todas las circunstancias que rodean el hecho y que he hecho notar, conducen a constatar de una manera evidente, como digo, la inculpabilidad de Velázquez y a establecer con precisión que la verdadera autora ha obrado bajo la influencia de una fuerza superior a su voluntad no llegando a la completa consumación de lo que se proponía, ya fuera porque vino entonces la reflexión o porque sus fuerzas flaquearon al llevar a la práctica consigo misma lo que con toda impunidad había realizado momentos antes con sus dos hijos.
Otra de las circunstancias que debía haberse tenido en cuenta y que sin embargo en el primer momento ha pasado inapercibida es el sitio donde fue ocultada el arma. Esta se hallaba oculta entre las pajas del techo del rancho, frente a la cabecera de la cama de Francisca a la altura de la primera tijera, y segundo, empleado cañas, de manera que para ser colocada allí tenía forzosamente que haberse subido a la cama, quien le colocaba en ese sitio y no es posible sospechar lo hiciera quien, ajeno a la casa, cometiera el hecho, pues desde que después de consumado salió, tenía el pozo y muchos otros sitios, donde ocultarlo. Por otra parte las manchas de sangre que se notaban en la ventana del interior y en la puerta correspondían a una mano chica y no a la del acusado. Un trapo hallado a inmediaciones del pozo con señales evidentes de haberse limpiado en él las manos y oculto en unas matas de pasto, se ha constatado fue en el que se secó las manos Francisca, después de haber degollado a sus hijos, saliendo por la ventana que da al sud y yendo a lavárselas en la cocina, antes de efectuar lo cual teniendo como tenía las manos cubiertas de sangre, que dejó en la ventana las huellas, que no tenidas en cuenta, prueban lo que he manifestado.
Múltiples circunstancias más podía hacer notar a V. S., pero a la simple vista del sumario, que no dudo llegará pronto a su poder, podrá apreciarla, pues son consecuencia lógica de las mismas declaraciones que en él figuran.
A fin de que puedan practicarse las diligencias conducentes a la aplicación o conocimiento de lo que pueda importar el estudio de las impresiones digitales, he traído dos pedazos de madera donde se notan señales de los dedos y en una tarjeta las impresiones de los de Ramón Velázquez y la mujer Francisca Rojas.
He traído así mismo el cuchillo de que se sirvió esta, de acuerdo con lo ordenado por V. S., la devolución del cual espera el señor Comisario de Necochea, para ponerlo como es de práctica a disposición del señor Juez juntamente con el sumario y la detenida.
Creyendo como ya he dicho evidenciado el crimen y la forma en que se había llevado a cabo he tenido en cuenta las instrucciones recibidas de V. S., para no tomar otra intervención que la que he mencionado dejando en consecuencia que el sumario se termine, para que el Señor Comisario que lo instruye ponga a disposición del Juez competente a la autora del crimen.
No creo deber silenciar las irregularidades que se han cometido con motivo de este hecho, para con los detenidos o más bien dicho para arribar a su completo esclarecimiento, pues he podido observar que el señor Comisario de Necochea, olvidando por completo las prohibiciones que establece nuestro Reglamento, y todo buen sentido, ha incurrido en la grave falta de aplicar castigos morales a la autora del crimen, para obtener su declaración, llegando hasta establecer una capilla ardiente, donde colocados los cadáveres de sus dos hijos fue llevada a deshoras de la noche: único medio que creyó adoptable para conseguir lo que se proponía, sin tener en cuenta que, aparte de faltar abiertamente a su deber, tenía mil otros medios de que valerse que le hubieran dado el mismo resultado y mucho más en un hecho como este cuyas huellas no dejaban duda acerca de quien fuera su autor o más bien dicho constituían pruebas abrumadoras que hubieran establecido la verdad, aun ante la negativa de la sospechada.
Este mal procedimiento que pudo haber sido de fatales consecuencias, ha sido una imprudencia que como digo, pudo ser fatal, pero que debido al estado de imbecilidad, por decirlo así, en que se encontraba la mujer Francisca Rojas, no hizo efecto en su ánimo, pues miró aquello y lo conceptuó aún como la cosa más natural. Su declaración ha sido lo que lógicamente debía esperar sin apelar a medios tan reprobados, imposibilidad de continuar negando ante las pruebas de inocencia que presentaba su acusado y los continuos interrogatorios a que se le sometía, único proceder correcto a que estaba autorizado el Comisario sumariante.
Acompañado a V. S. el recibo de la oficina de depósito por el cual consta, quedan en ella los pedazos de madera a que me he referido y un croquis del lugar del hecho con las referencias oportunas.
Creo así dejar cumplida la misión que me fue encomendada, pues aun cuando existe una grave falta por parte del señor Comisario Blanco, ha sido antes del dominio de V. S., que del mío, y he procedido en consecuencia desaprobando ese proceder, castigo que ignoro si lo juzga suficiente.
En consecuencia V. S. resolverá como corresponde.
Dios guarde a V. S.
(Firmado): Eduardo M. Álvarez.

CARTA DE ÁLVAREZ A VUCETICH

Estimado Juan:

Ha llegado el momento de darte la razón, en aquello que como novedad me explicabas y que con tanto empeño tomó nuestro Jefe Nunes. Me refiero a las impresiones digitales, que ahora, en el caso del crimen de Necochea han servido como auxiliar poderoso para demostrar, de una manera evidente, quien era la verdadera autora del un crimen salvaje por el que se había preso a un vecino honrado a quien acusó en primer momento.
Cumplido los deseos de nuestro Jefe, manifiestos en el siguiente telegrama: "Oficial urgente: Haga todo lo posible aun cuando no lo juzgue necesario, por obtener los rastros de las impresiones digitales dejadas por el criminal y traiga las muestras. –G. J. Nunes”. te dejo dos tarjetas que contienen, las del acusado como autor cuando recién intervino la policía y las de aquellas que después resultó única victimaria, así como dos trozos de madera que he quitado a la puerta de la habitación donde se llevo a cabo el hecho, en los que encontrarás señales inequívocas que corresponden a la mano de la mujer Francisca Rojas. Para que te des cuenta exacta de lo enorme del hecho, y puedas comprobar que aquello (lo de las impresiones digitales) fue un auxiliar poderoso para su esclarecimiento, y sobre todo para que hagas tu estudio dándole la importancia que en sí tiene este asunto, te adjunto copia de parte que he pasado a la Jefatura; pues, como sabes, el sumario los instruía el comisario local y este obtuvo a última hora la declaración de esa desgraciada mujer, valiéndose de medios inaceptables, que he reprobado y condeno enérgicamente, y mi intervención, fue motivada por lo contradictorio de los datos suministrados a la superioridad.
Confesado el crimen por esos medios, siempre quedaba la duda para el que, con el fin de corregir faltas de procedimiento y para comprobar bien los hechos, intervenía varios días después, y ahí tienes el por porqué de esta reseña hecha a quien, preocupándose de asuntos tan importantes para nuestra Repartición, nos proporciona esos medios de comprobación que, dada la base sólida en que parecen reposar, han de llegar a prestarnos servicios indiscutibles.
Que esto te sirva de base y de aliento para continuar difundiendo ese sistema de identificación, son mis deseos, y para que te des cuenta de cuanto aprecio la indicación de no descuidar las impresiones digitales y la importancia que tienen en este caso, te declaro bajo la fe de mi palabra, que si no fuera porque he obtenido la constatación de que las huellas dejadas en la puerta y las impresiones de la mujer Francisca Rojas, correspondían las unas a las otras, a pesar de su confesión, me hubiera quedado siempre la duda respecto a su culpabilidad; pues el hecho en si la presenta como un ser excepcional; pero ahora si fuera juez y a la detenida, por su crimen., hubiera de aplicársele la pena capital, firmaría sin titubear la sentencia y sin que el pulso se me alterara.
Adelante, pues, y que, como digo, este ejemplo o este caso, sea la base de lo que puedes hacer. - Tuyo affmo.: Ed. M. Alvarez.
Junio de 1892.

FUENTE: Ministerio de Justicia y Seguridad.